miércoles, 10 de septiembre de 2008

Río de Janeiro


Es un carioca tocando el órgano y cantando boleros como Caetano en Fina estampa, mientras la gente bebe su Caipirinha y alguien fuma un cigarrito a escondidas detrás de la puerta del baño.
Es el bar donde Vinicius escribió su Garota de Ipanema, las mesas de madera garabateadas y una librería de viejo donde revuelvo a gusto y trato de entenderme con la mujer que atiende y dejo mi dirección para quedar en contacto, y un negocio en una esquina con ángeles tallados y vestidos blancos, ocres, de novias de otra época, y es el sol, y también la sombra húmeda de las casas de la calle Vinicius.
Es el trapo sucio con el que está vestida la chica negra que limpia las mesas en un Fast Food en Copacabana, y las palomas enormes que comen de las manos y las redes de pescadores expuestas en un día de feria.
Es el trencito que sube al Corcovado entre las plantas con hojas gigantescas y el Cristo que turísticamente nos bendice y nos saluda con sus brazos abiertos.
Es la salida de Río y el centro y los suburbios y la gente que espera los ómnibus para ir a trabajar y las casitas modestas de los morros.
Es el viaje en el velero que sale de Angra y tirarme al sol en una isla cualquiera de la Costa Verde mientras un perro vagabundo y con tirones de pelos arrancados me hace gracias y se acuesta a mi lado y alguien me dice que esto es porque irradio un aura de bondad y yo, desesperadamente, quiero creerlo.
Es el corazón en la boca, explotando de miedo en el cablecarril que nos lleva al Pan de Azúcar y la ciudad iluminada y un abrazo.
Es el Arpoador y las olas rompiendo en las piedras y probar esa agua de coco que, definitivamente, no me gusta, y la farofa; y ahora este día nublado por la ventana y la música de Djavan en la radio después de caminar mucho más de una hora por la playa, por callecitas que bajan y suben y que tal vez nunca más vuelva a transitar, por la avenida que bordea Lagoa, con sus edificios de lujo, de cristales y mármoles, después de caminar- dije- y ahora esperarte.
Es la Floresta da Tijuca y el mar en el otro costado y los caminos por los túneles que cortan en dos los morros; y es el colectivo equivocado que nos deja a la entrada de la Rocinha, mudos de sorpresa y curiosidad..
Y es ahora de nuevo Buenos Aires en el mediodía de domingo, muy pocas horas de sueño, el reencuentro con la familia, el voto por legisladores, la estufa de nuevo encendida y el gato despatarrado sobre la alfombra.

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