jueves, 28 de febrero de 2008

Montevideo (esp)



... si por la noche, a través de las ventanas abiertas que derraman en las calles torrentes de luz y de armonía, oís el canto de los pianos o los gemidos del arpa, los trinos alegres de las cuadrillas o las notas melancólicas de las romanzas, es que estáis en Montevideo”

Montevideo no es solamente una ciudad; es un símbolo. No es solamente un pueblo; es una esperanza.
Alejandro Dumas



Montevideo es la ciudad capital ubicada más al sur del planeta. Fue Bruno Mauricio de Zavala quien decidió levantar, en 1724, una plaza-fuerte que asegurara el dominio español. Una de las primeras menciones literarias de la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo la da un viajero llamado Concolorcorvo quien, en 1773 y de paso por allí, escribe sobre sus 1000 habitantes y el gran número de desertores de mar y tierra y algunos polizontes.
Es justamente la Ciudad Vieja la que conserva hoy una importante marca de cuando Montevideo era una plaza fortificada: la Puerta de la Ciudadela.

En el tiempo de la dominación española – escribe Isidoro de María- como en la lusoimperial hasta el año 1828, era costumbre abrir y cerrar los portones de la plaza amurallada a determinadas horas. (Con) ... llaves históricas...que pasaron por tantas manos y tuvieron tantos dueños. Españoles, ingleses, argentinos, orientales, lusitanos, imperiales, hasta que, después de tantas peripecias, vinieron a dar en poder de los orientales uruguayos constituidos en estado oriental independiente y soberano, que no quisieron saber más de portones cerrados, y las arrojaron a un rincón...

Es en el siglo XIX cuando se inicia el flujo inmigratorio desde Europa, fabricando escobas de maiz de Guinea, secadores para los pañales y mantillas y canastas o jaulitas...Otros, con arcos de fierro viejo, sus parrillas y trébedes para la calderita del mate...Las pobres viejas pisando el maiz para la mazamorra, haciendo sus cigarros de Virginia...Los muchachos lecheros con sus botijas en el macarrón – enumera Isidoro de María las tareas de los pobladores.

La mayoría de estos recién llegados se instala en la Villa del Cerro. La leyenda dice que fue ese cerro el que dio nombre al lugar. Parece que un marinero de Magallanes o de Solís pudiera haber gritado “Monte vidi eu” (he visto un monte), aunque algunos aseguran que, tal vez en las anotaciones cartográficas de la época, alguien mencionó en números romanos su posición, resultando “Monte VI de E a O”. En cualquier caso, el Cerro es un símbolo, sin discusión, de la ciudad.
Otro símbolo es el Mercado del Puerto. También una leyenda asegura que su estructura de cristal y hierro fue una estación de trenes que se estaba llevando desmantelada hacia algún puerto sobre el Pacífico en un barco que naufragó frente a las costas uruguayas. La construcción del mercado es de 1868.
Cuando todavía no era costumbre considerar a Montevideo como una ciudad también balnearia, los capitalinos encontraban su lugar de esparcimiento en el Parque del Prado. Mario Benedetti escribe:

Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías...
...y el Prado con caminos de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano.

El Prado fue inicialmente proyectado como un jardín privado pero, a fines del siglo XIX se convirtió en un parque público al que se le agregaron, más tarde, el Rosedal y el Jardín Botánico.
Frente al río se abren los barrios Sur, Parque Rodó, Punta Carretas, Pocitos, Buceo, Malvín, Punta Gorda y Carrasco.
El Parque Rodó debe su nombre al monumento que Belloni esculpiera al escritor José Enrique Rodó. Violento casi siempre, Rodó, cuando escribía:

No se puede transitar por las calles. Las hogueras y barricas de alquitrán calientan y abochornan la atmósfera y la llenan de un humo apestoso. Los judas populares cuelgan grotescamente de las bocacalles. Los cohetes estallan entre los pies del desprevenido transeúnte... La chiquillada, salida de quicio, estorba el tránsito con sus desbordes...

El barrio de Pocitos se llama así por los pozos de agua que las lavanderas cavaban para lavar la ropa cerca de la playa. Vecina, está Punta Carretas donde, desde ese punto, otra vez Mario Benedetti, describe un itinerario de su adolescencia:

Desde Punta Carretas, al viejo le quedaba relativamente cerca su trabajo. Pero a mí no me ocurría lo mismo con el Liceo Miranda. Tenía que tomar dos líneas de autobús, o un autobús y un tranvía, de modo que, salvo cuando llovía o estaba muy ventoso, prefería regresar a pie. Tomaba por Sierra, Jackson, Bulevar España, 21 de septiembre, Ellauri hasta la Penitenciaria... Alguna que otra tarde cambiaba mi itinerario y venía por Agraciada, Rondeau, hasta la Plaza Cagancha...

Bautizaron de esta forma al barrio del Buceo por unos buzos que buscaban ahí los tesoros de un barco que había naufragado en 1752.
Hacia el este, se extiende Malvín donde, por los años 20 acostumbraba Carlos Gardel a pasar sus veranos.
Luego de trasponer el promontorio de Punta Gorda – donde se hallaron, aquí sí, las riquezas del galeón “El Preciado”, hundido en el siglo XVIII- la rambla se desliza por Playa Verde y llega a Carrasco. Sebastián Carrasco, un tío de Artigas, fue uno de los primeros pobladores de la zona.
En los barrios Sur y Palermo, las comparsas desbordan las calles en los carnavales montevideanos, al son de los tamboriles y, muchas veces, de las canciones de Jaime Roos:

...que no se apague nunca el eco de los bombos
que no se lleven los muñecos del tablado
quiero vivir en el reinado de dios Momo
quiero ser húsar de su ejército endiablado.
Que no se apaguen las bombitas amarillas
que no se vayan nunca más las retiradas

Y en las mañanas de domingo se despliega la Feria de Tristán Narvaja, donde se juntan antiguos libros, candelabros de bronce, botellas de vidrio, joyas, herraduras, naranjas, cebollas, postales, cuadros, platos de porcelana, puerros, manzanas, peinetones.
La columna, el eje de Montevideo es la Avenida 18 de julio . Es bueno mirar hacia arriba aquí para ver ventanas y cúpulas, miradores abiertos o acristalados desde donde se observaba la llegada de los barcos.
Jorge Luis Borges situó uno de sus cuentos en Montevideo:

El hecho aconteció en Montevideo en 1897. Cada sábado los amigos ocupaban la misma mesa lateral en el Café del Globo, a la manera de los pobres decentes que saben que no pueden mostrar su casa o que rehuyen su ámbito.

Y también Rubén Darío le dedicó algunos de sus versos:

Montevideo, copa de plata
llena de encantos y primores,
flor de ciudades, ciudad de flores,
de cielos mágicos y tierra grata.

En Juan Carlos Onetti, tal vez hallamos marcas, signos, recuerdos de un Montevideo que se cruza en su imaginaria ciudad de Santa María; y también en las letras de Eduardo Galeano. Pero nos gusta volver a Benedetti, volver, como él escribe porque se vuelve aquí, siempre se vuelve...

La nostalgia se escurre de los libros
se introduce debajo de la piel
y esta ciudad sin párpados
este país que nunca sueña
de pronto se convierte en el único sitio
donde el aire es mi aire...